Existen dos enfoques de la traducción en el mundo de los negocios: el enfoque como “producto” y el enfoque como “servicio”.
Los que tienden a pensar en la traducción como un producto, a menudo creen que todas las traducciones son iguales y que lo único que las diferencia es el precio. Como ocurre con las materias primas o productos de bajo valor añadido que se pueden sustituir con facilidad, a menudo sucede que si ofreces un precio más barato que el siguiente proveedor, lo más probable es que cierres esa venta.
El precio de las traducciones se basa generalmente en el número de palabras del texto original. Si eres de los que ve la traducción como un producto, comparar proveedores es tan sencillo como comparar sus precios. ¿Para qué va a pagar 0,24 $ por palabra cuando hay otro que ofrece el mismo servicio por 0,23 $ por palabra? ¿No son lo mismo?
Existen dos tipos de clientes de traducción y, por tanto, dos tipos de proveedores. Algunos ven la traducción como un producto, mientras que otros tienen requisitos que van más allá. Aquellos que consideran la traducción como un producto intentan buscar el precio más bajo. No les importa quién hace la traducción, qué herramientas se utilizan o cómo se gestionará el resto del proceso de documentación, siempre y cuando el servicio sea barato. Éste es un enfoque perfectamente válido cuando ni la calidad ni el carácter comprensible del texto son importantes.
Aquellos otros que, sin embargo, tienen otras necesidades deben ser algo más selectivos a la hora de buscar y elegir un proveedor. No todos son capaces de entregar grandes volúmenes de trabajo en periodos cortos, montar grandes equipos de traducción, entregar el proyecto en HTML o gestionar 15 lenguas a la vez, y todavía garantizar el nivel de calidad acordado. QuickSilver sí.