Cuando era joven, viví y trabajé durante seis meses en Colombo, la capital de Sri Lanka. Estoy seguro de que la edad que tenía influye, pero todavía pienso que no existe ningún país en el mundo con nombres de lugares tan evocadores. Estos son algunos de ellos: Ambalangoda, Anuradhapura, Trincomalee, Jaffna, Nuwara Eliya («Ciudad de la luz» en cingalés) y Batticaloa («Tierra de los peces cantarines»).
La variedad y la musicalidad de los nombres de estos lugares provienen de la historia de la isla. La mayoría de las grandes potencias marítimas (o lo que es lo mismo, los colonizadores voraces) comerciaron con Sri Lanka o la invadieron; desde los holandeses a los árabes, pasando, por supuesto, por los portugueses y británicos. Por ello, muchos de los nombres son reliquias de los regímenes previos, que han pasado por diferentes idiomas antes de que el cingalés los «recuperase». Por ejemplo, Milagiriya era en portugués «Nuestra Señora de los Milagros».
El nombre de la capital, Colombo, es especialmente representativo de esta tendencia. Su nombre original era Kao-lan-pu, un término chino cuyo significado se desconoce. Al puerto comenzó a llamársele Kalan-totta, que hacía referencia al ferry del río Kelani. Los árabes cambiaron el nombre de la ciudad por Kolambu y eso se adaptó a cingalés como Kolamb; además, en el siglo XIII, se refieren al puerto como Kalanpu.
Cuando llegaron los portugueses en el siglo XVI, pensaron que Kolamba procedía de las palabras cingalesas kola (hojas) y amba (mango). Sin embargo, quizás es más probable que proviniera de la antigua palabra cingalesa para puerto. En cualquier caso, los portugueses modificaron ligeramente el nombre para hacerlo una especie de homenaje a Colón, a pesar de que él no estuvo nunca cerca de la isla.