Como cualquier proceso técnico complejo, las personas a menudo tienen ideas distintas de qué hace una buena traducción
Generalmente se considera más fácil y menos polémico evaluar la traducción de un documento técnico – un manual de usuario, por ejemplo – que algo menos preciso, como un texto para marketing. En el caso del manual de usuario, hay ciertas cualidades o estándares en los que la mayoría de la gente está de acuerdo – que los términos técnicos deben traducirse de acuerdo con el uso industrial, por ejemplo, o que un aparato se traduce siempre de la misma forma.
Si un aparato se traduce de formas distintas, o se menciona algo usando terminología obsoleta, es fácil decir: “esto está mal: cámbialo”.
Con un texto para marketing, sin embargo, nos movemos en un territorio más subjetivo. Ahora bien, cualquiera que haya trabajado en marketing o publicidad sabe muy bien que a veces se puede tardar semanas de discusión hasta llegar a un simple eslogan. La redacción de un folleto o una nota de prensa puede ser más problemática incluso. Un equipo pasa un tiempo considerable trabajando en un texto, debatiendo las palabras clave y las estrategias, colocando las imágenes adecuadas, la disposición, etc. y entonces el director coge su bolígrafo rojo y se vuelve a partir de cero.
Cuando el documento final aparece en la bandeja de entrada del gestor de proyectos, a veces es fácil que esa persona que tiene que dar la autorización final no capte la idea; el hecho de que algo se redacte de una forma concreta probablemente sea el producto de semanas de debate y compromiso, no una decisión espontánea. Y en muchas ocasiones una corrección en la última etapa reflejará una preferencia por parte del gestor de proyectos o revisor más que un error por parte del escritor o escritores originales.
En cualquier caso, lo que se debe entender aquí es que la complejidad del proceso de toma de decisiones que lleva a la versión final del texto queda reflejado en el proceso de traducción.